jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Qué son los celos y por qué duelen tanto?


¿Qué son los celos y por qué duelen tanto? 

Los celos son comparación. Y se nos ha enseñado a comparar, hemos sido condicionados para comparar, para comparar siempre. Una persona tiene una casa mejor, otra persona tiene un cuerpo más hermoso, otra persona tiene más dinero, otra persona tiene una personalidad más carismática. Compara, sigue comparándote con todos los que pasan a tu lado y el resultado serán los celos; son el subproducto del condicionamiento por comparar.

De otra forma, si dejas de comparar, los celos desaparecen. Entonces, simplemente sabes que tú eres tú y que no eres nadie más y que no es necesario serlo. Es bueno que no te compares con los árboles, de lo contrario comenzarás a sentirte muy celoso: ¿Por qué no eres verde? ¿Y por qué la existencia ha sido tan dura contigo y no con las flores? Es mejor que no te compares con los pájaros, con los ríos, con las montañas; de lo contrario sufrirás. Tú sólo te comparas con los seres humanos, porque has sido condicionado para compararte sólo con los seres humanos; no te comparas con los pavos reales ni con los loros. Si no, tus celos serían cada vez más grandes: estarías tan cargado de celos que no serías capaz de vivir en absoluto.

La comparación es una actitud estúpida, porque cada persona es única e incomparable. Una vez que este entendimiento se asienta en ti, los celos desaparecen. Cada uno es único e incomparable. Tú eres sólo tú mismo: nadie nunca ha sido como tú y nadie será nunca como tú. Y tampoco necesitas ser como algún otro.

La existencia sólo crea originales; no cree en copias.

Un grupo de gallinas estaba en el patio cuando una pelota voló por encima de la reja y aterrizó entre ellas. Un gallo se contoneó, la estudió, luego dijo: “No me estoy quejando, chicas, pero miren el trabajo que están produciendo aquí al lado.”

Al lado están sucediendo grandes cosas: el pasto es más verde, las rosas son más rosas. Todos parecen estar muy felices excepto tú. Estás continuamente comparando. Y lo mismo sucede con los otros, también están comparando. Quizás ellos piensan que tu césped es más verde — siempre parece más verde a distancia — que tienes una esposa más hermosa... Estás cansado, no puedes entender por qué te has dejado atrapar por esta mujer, no sabes cómo deshacerte de ella, y el vecino puede estar celoso de ti, ¡de que tienes una esposa tan hermosa! Y tú puedes estar celoso de él...

Todos están celosos de todos. Y a partir de los celos creamos un tremendo infierno y debido a los celos nos volvemos muy mezquinos.

Un viejo campesino estaba de mal humor contemplando los estragos de la inundación. “Hiram!” le gritó un vecino, “todos tus cerdos fueron a dar al riachuelo”.
“¿Y los cerdos de Thompson?”, preguntó el campesino. “También”.
“¿Y los de Larsen?”.
“Igual”.
“Uff!” masculló el campesino, alegrándose. “No es tan malo como pensé”.

Si todos están en miseria, se siente bien; si todos están perdiendo, se siente bien. Si todos están felices y teniendo éxito, el sabor es muy amargo.

Pero, ¿por qué la idea del otro entra en tu cabeza en primer lugar? Nuevamente permíteme recordarte: porque no has permitido que tu propia savia fluya; no has permitido que tu propia dicha crezca, no has permitido que tu propio ser florezca. De ahí que te sientas vacío por dentro y mires el exterior de cada uno, porque sólo se puede ver el exterior.

Tú conoces tu interior y conoces el exterior de los otros: eso crea celos. Ellos conocen tu exterior y conocen su interior: eso crea celos. Nadie más conoce tu interior. Allí sabes que no eres nada, no vales nada. Y los otros en el exterior miran sonriendo. Sus sonrisas pueden ser falsas, pero ¿cómo puedes saber que son falsas? Quizás sus corazones también están sonriendo. Tú sabes que tu sonrisa es falsa, porque tu corazón no está para nada sonriendo, puede estar llorando y lamentándose.

Tú conoces tu interioridad y sólo tú la conoces, nadie más. Y conoces el exterior de todos y las personas han hecho hermoso su exterior. Los exteriores son piezas de exhibición y son muy engañosos.

Hay una antigua historia Sufi:

Un hombre estaba muy apesadumbrado con su sufrimiento. Solía orar todos los días a Dios, “¿Por qué a mí? Todos parecen ser tan felices, ¿por qué estoy yo en este sufrimiento?”. Un día, con gran desesperación, rezó a Dios diciendo, “Puedes darme el sufrimiento de cualquier persona y estaré listo para aceptarlo. Pero toma el mío, no puedo soportarlo más.”

Esa noche tuvo un sueño hermoso y muy revelador. Soñó esa noche que Dios aparecía en el cielo y le decía a todos, “Traigan todos sus sufrimientos al templo”. Todos estaban cansados de su sufrimiento; de hecho todos han orado en un momento u otro, “Estoy listo para aceptar el sufrimiento del otro, pero toma el mío; es demasiado, es insoportable”.

Así que todos metieron sus sufrimientos en bolsas y los llevaron al templo y se veían muy felices; había llegado el día, su oración había sido escuchada. Y este hombre también corrió hacia el templo.

Y entonces Dios dijo, “Coloquen sus bolsas en las paredes.” Se colocaron todas las bolsas en las paredes y luego Dios declaró: “Ahora pueden elegir. El que quiera puede tomar cualquier bolsa”.

Y lo más sorprendente fue esto: que este hombre que había estado siempre orando, ¡corrió hacia su bolsa antes que alguien pudiera elegirla! Pero se llevó una sorpresa, porque todos corrieron a su propia bolsa y todos estaban felices de elegirla de nuevo. ¿Qué sucedió? Por primera vez, todos habían visto las miserias de los otros, los sufrimientos de los otros; sus bolsas eran igual de grandes ¡o incluso más grandes!

Y el segundo problema era que uno se había acostumbrado a sus propios sufrimientos. Ahora, elegir los de otro: ¿Quién sabe qué tipo de sufrimientos habrá dentro de la bolsa? ¿Por qué molestarse? Por lo menos estás familiarizado con tus propios sufrimientos y te has acostumbrado a ellos y son tolerables. Durante muchos años los has tolerado; ¿por qué elegir lo desconocido?

Y todos se fueron a casa felices. Nada había cambiado, estaban trayendo de vuelta el mismo sufrimiento, pero todos estaban felices y sonriendo y gozosos al poder recuperar su propia bolsa.

En la mañana oró a Dios y dijo, “Gracias por el sueño; nunca volveré a pedir. Cualquier cosa que me has dado es buena para mí, debe ser buena para mí; es por eso que me la has dado”.

Debido a los celos, estás en constante sufrimiento; te vuelves mezquino con los demás. Y debido a los celos comienzas a volverte falso, porque comienzas a aparentar. Comienzas a aparentar que tienes cosas que no tienes, comienzas a aparentar que tienes cosas que no puedes tener, que no son naturales para ti. Te vuelves más y más artificial. Imitando a los otros, compitiendo con los otros, ¿qué más puedes hacer? Si alguien tiene algo y tú no lo tienes y no tienes una posibilidad natural de poseerlo, lo único que puedes hacer es tener algún sustituto barato.

Escuché que Jim y Nancy Smith la pasaron muy bien en Europa este verano. Es tan fantástico cuando una pareja finalmente tiene la posibilidad de realmente pasarla bien. Fueron a todas partes e hicieron de todo. París, Roma... vieron e hicieron cualquier cosa que se te ocurra.

Pero fue tan vergonzoso al volver a casa y pasar por la aduana. Tú sabes que los funcionarios de la aduana se entrometen en todas tus pertenencias. Abrieron un bolso y sacaron tres pelucas, ropa interior de seda, perfumes, tinte para el cabello... realmente vergonzoso. ¡Y eso pasó sólo con el bolso de Jim!

Sólo mira dentro de tu bolso y encontrarás tantas cosas artificiales, falsas, supuestas; ¿para qué? ¿Por qué no puedes ser natural y espontáneo? Debido a los celos.

El hombre celoso vive en el infierno. Deja de comparar y los celos desaparecen, la mezquindad desaparece, la falsedad desaparece. Pero sólo la puedes soltar si comienzas a cultivar tus tesoros internos; no hay otra manera.

Crece, conviértete en un individuo más y más auténtico. Ámate y respétate tal y como la existencia te ha creado, y entonces inmediatamente las puertas del cielo se abren para ti. Ellas están siempre abiertas, tú simplemente no las habías mirado.



- Osho, The Book of Wisdom, charla #27 -

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